"People will accept your ideas much more readily if you tell them Benjamin Franklin said it first"
DHC

21.6.11

Sobre "El Libro de Esther" por Juan Carlos Méndez Guédez

“Alzo los brazos y quiero arañar al aire”. Así debe sentirse todo el tiempo este hombre, que nos da a entender que nunca sabe lo que hace. Si se despierta en un lugar desconocido, frustrado, si se olvida de dónde está, si el Alzheimer se lo come vivo. ¿Cómo sabe uno que lo que nos contó no es la voz de su enfermedad luego de darle un golpe de Estado a su cerebro? Por esto mismo es que no pude seguir, no resistí seguir oyendo sobre Esther, que se intercala con Marilyn, que la fiesta, que el centro comercial, que el avión, que el mondongo, que uno tiene que ir al baño luego de cada comida. De adelante para atrás, saltando rápidamente episodios y volviendo a los recuerdos como haciéndolos parte del presente, el señor Méndez Guédez nos relata la búsqueda de un amor perdido, y uno no puede llegar a saber si la mujer aparece o no en la historia. Es como una confusión masiva de todo lo que existe en el pensamiento del protagonista, Eleazar. Sin suspenso alguno, directamente pero con rodeos, explica exactamente qué es lo que quiere, lo que busca y lo que pasa. Perdió la oportunidad de su vida y lo peor es que le echa la culpa a un refresco, siempre el puto refresco.

Al inicio es algo confuso, igual que al final, porque da lugar a muchas conclusiones de inmensa variedad. Esto da paso a la frustración, que se acentúa en el tenso momento en que persigue a Esther, que parece representar la realización en su vida, y se vuelve un desastre, aunque logra encontrarla entre el cielo y el infierno. En el aeropuerto la busca, en las Islas Canarias, en Venezuela, en sus recuerdos, en sus amigos, en sus libros. En los problemas con Marilyn recuerda a Esther. En las calles oscuras, el carro, el ascensor, donde está Marilyn, está la Pepsi-cola que marcó la diferencia.

Dado que Eleazar no quiere terminar como su amigo Carlos el moribundo, decide perseguir el sentido de sus ideas, que se materializan en Esther. Ninguno de sus amigos logra ayudarlo. Nada podría darle lo que realmente esperaba. No era por encontrar a Esther, era por recuperar el tiempo perdido. Esto se complica debido a que simplemente, en pocas palabras, es un hombre extraño. Enteramente honesto con todos, excepto consigo mismo, es un personaje difícil de asimilar, pero se puede. Tal vez no alcanza su propósito, pero lo intenta.

15.6.11

Honestamente.

La claridad de las alas de las moscas me hace ver que no encuentro sentido alguno en la poca claridad que le queda a mi tarea de filosofía. Realmente no me importa. Me prometí que la iba a terminar, aunque quedara mal hecha, aunque me perdiera el eclipse lunar. No encuentro nada, no entiendo nada. Eso fue exactamente lo que logré hoy. Yo creo que es hora de una retirada. Eso va para el resto de cuarto año, que, en pocas palabras, me tiene los huevos rotos. Disculpen el lenguaje.

10.6.11

Carta a Tu Hipófisis

Sí, estoy arrecha. ¿Cómo es que todo el tiempo me digo que esto es lo que quiero hacer con mi vida si todavía no lo sé? ¿Cómo es que escribo una estupidez y le gusta más a la gente que lo que intento que les guste? ¿Cómo es que ahora todos son críticos? ¿Cómo es que me dicen que tengo talento, pero a nadie le interesa? ¿Por qué sí publican los textos de los otros, y no los míos? No es una llamada de auxilio para que publiquen mis textos; creo que realmente es una llamada de atención para ver que los otros también tienen talento, incluso más del que había notado. No lo sabía. No quiero comparaciones ni víctimas. Sí, me saca la piedra no tener algo lo suficientemente bueno para el Sr. Prodavinci, pero y ¿qué hago?

No hay que estresarse, deja la ansiedad. Lo único que te queda por hacer está frente a ti. Tu única opción es seguir escribiendo.

8.6.11

Miedo.

Todos sabemos lo que es, aún sin saberlo. Todos lo sentimos, aunque lo nieguen. Por supuesto, todos, diría yo, tenemos los miedos básicos, cada uno en sus circunstancias específicas.

Existe el miedo a sufrir, al dolor, que es uno de los más comunes, ya que el miedo es una respuesta que puede llegar a ser tanto física como psicológica. Existe el miedo al peligro, a animales peligrosos, a situaciones peligrosas, a gente peligrosa. Existe el miedo al riesgo, a perderlo todo, o simplemente a perder lo más importante. Existen las fobias, que son, más que nada, tecnicismos de sociedad. También está el miedo a descubrir verdades que no queremos conocer. Éste nos toca a todos, y bastante seguido, como cuando uno se da cuenta de que sus padres no son superhéroes. Yo creo que, más que nada y más fuerte que el resto, está el miedo al miedo. Es el mayor y el menos conocido.

Yo personalmente le temo a las oportunidades, que me ponen nerviosa, a no saber aprovecharlas, a no poder manejarme, a mí misma. Sé que me es bastante fácil perder el control, lo que me asusta y me saca la piedra al mismo tiempo. Creo que esa es la razón por la que estoy cada vez más adolescentosa; tal vez son sólo las hormonas. Esto, sumado con el hecho de que nos están forzando a decidir hoy mismo lo que haremos con el resto de nuestras vidas, siendo hoy un período de varios años relativamente largo, pero no lo suficiente. Nunca es suficiente; es al último minuto que nos damos cuenta de que el momento llegó. Eso es, le tengo miedo al futuro. No sé qué hacer con él, no quiero decidir ahora y no quiero arrepentirme.

Miedo al arrepentimiento; no vale la pena, a menos que algo se aprenda del error. Muchas cosas no se pueden reparar sin viajar en el tiempo, así que no importa. Miedo al fracaso. Ése sí es horrible. Muchos, como yo, no tienen un modelo a seguir, si no varios caminos para evitar. Por supuesto, no tiene sentido si uno cree en el destino o que la historia está escrita, porque no da pie a formar nuestro propio porvenir, es decir, si naciste para estar jodido, morirás jodido. Si se cree en el libre albedrío, o algo parecido, se teme a no tomar la decisión correcta, al menos en mi caso.

Se podría decir que eso es todo; mis miedos acaban cuando yo empiezo. A pesar de vivir con eso y más, no sé cuál es el peor, el de mayor efecto. Diría que es el que enfrento día a día –porque usualmente evito pensar en los otros-, el que estoy enfrentando ahora: una página en blanco. Me aterran hasta temblar, en el peor de los casos. A veces me hacen gritar, pero sólo a veces. A veces es por felicidad, aunque la mayoría de las veces me cuesta entender por qué escribo como escribo, como un actor que no puede verse en pantalla, y cómo odio que otros lean lo que escribo, a pesar de que es necesario para evolucionar, principalmente porque me leen a mí. No me asusta la crítica; me asusta perderme, bloquearme, salirme del camino, quedarme estancada. Me asusta estar tan asustada que el miedo podría llegar a controlarme, a detenerme. Me asusta no saber.

Raíces

Mi historia empieza en Portugal. Hace muchos años en Madeira, un joven pescador de la costa le pidió matrimonio a su novia, quien no pudo contener la emoción. Sus padres no estuvieron de acuerdo. La posición de su familia en la sociedad sería afectada si este pescador se viera relacionado con ellos. A ella no pudo importarle menos, por lo que sus padres cumplieron su amenaza: fue desheredada. Sin embargo, su matrimonio dio fruto a más de una decena de hijos, uno de ellos, campesino, que se casó a una edad temprana con una hija de campesinos aún más joven. Decidieron ir en busca de un sueño y alejarse de un país afectado por la guerra, por lo que emprendieron una aventura. Se mudaron a un lugar nuevo, en evolución, y formaron su vida con sus propias manos. Por ello, mi madre y 3 de sus hermanos nacieron aquí, en Venezuela.

Mi madre se casó muy joven, también, con un nativo de Aveiro, descendiente de dos líneas de campesinos que llegan tan atrás que ellos no pueden recordar. Aquel aveirense también formó su vida aquí, llegando con las manos vacías a los 16 años de edad. Él dice que vino a buscar mangos. A veces dice que se fue para evitar ser reclutado para el ejército. Sin importar la razón, está aquí. Conoció a mi abuelo materno al levantar su primer negocio, por lo que mi abuelo quería casarlo con la hermana mayor de la que alguna vez fue su esposa. Vivieron juntos por más de 15 años y, luego de pasar los primeros 10 intentando tener hijos, llegamos nosotros, el milagro clínico.

Dado esto, toda mi familia es prácticamente portuguesa, al igual que la variación de Sarah que llevo por nombre. Por ello, desde hace tanto que no puedo recordar, hemos tenido todo y más que ver con lo calificado como portugués, que influenció nuestra infancia desde que fuimos allá por primera vez. No recuerdo mucho, pero en mi cabeza está el registro de los juguetes que llevamos, de las caras y de los días que pasamos en Disney. Aunque a veces pienso que fue mala idea llevarnos tan jóvenes como para no recordar, me corrigen afirmándome que era mejor así. Aparentemente, los padres de mi padre querían conocernos. De hecho, fue bastante tiempo después que entendí, o me hicieron entender, que mi abuelo moriría pronto. Y así lo hizo. A pesar de que nos dieran la noticia poco luego del evento, no lo comprendimos por completo; aún hoy no lo comprendo.

Supongo que se puede decir que mi infancia corrió bien. Nunca me faltó algo. Nunca me rompí algo. Lo peor que me ocurrió para estar internada en un hospital/clínica fue la mononucleosis al inicio de 4to grado, que me salvó de los exámenes de lapso (pero no me salvó de la humillación, dado que todos los adultos me hacían preguntas haciendo referencia a mi condición como “la enfermedad del beso”), o la remoción de un par de hernias cuando era bebé. Siempre me responden fechas diferentes cuando pregunto, pero tengo entendido que fue alrededor de los dos años, porque nacimos tan frágiles que tuvieron que esperar para operarme. Nacimos sietemesinos y muchos pensaron que no sobreviviríamos, especialmente yo. Pero estamos aquí. Todos. Además, me diagnosticaron desnutrición varias veces antes de los 10 años y un tipo de autismo (Asperger, o algo así), y hasta hoy no han probado lo contrario, pero aún estoy aquí.

De cosas de infancia nunca hice mucho. No aprendí a andar en bicicleta hasta el año pasado, ganándome una cicatriz que parece un arañazo de algún felino salvaje. Y aunque tengo cicatrices que no recuerdo, nunca fui muy aventurera o arriesgada. Si me daba miedo nadar con delfines, incluso hoy, ¿qué tan arriesgada podía ser? Por esto, puedo afirmar que tuve una infancia normal, dentro de lo que cabe, en la vida de un cuatrillizo.

El divorcio cortó nuestra infancia a la mitad. Tantas cosas cambiaron que cualquiera pensaría que son historias diferentes, pero por varios años nosotros tratamos de unirlas, sin saber que sería peor. Luego te acostumbras. Entendimos las razones y las consecuencias. No había más preguntas. Luego de eso no hubo muchos eventos especiales, por no mencionar las rabietas por el cambio de colegio, los cambios que han venido con esto, los viajes, los piercings, las personas, los inconvenientes, la música escuchada, los libros leídos, lo aprendido, lo dicho y lo inventado, las malas decisiones, las cosas menos importantes que componen una vida.

Así llegamos a donde estamos hoy. Todas estas experiencias fueron raíces que contribuyeron en la formación de la persona que soy ahora. Tal vez no haya cambiado mucho. Tal vez cambié demasiado, pero el tiempo nos dirá.

¿Golondrinas?

A.M.E. una vez escribió sobre la Sterna Paradisaea, o golondrina del ártico, y sobre su largo viaje para emigrar al sur. Nombra a distintos animales que emigran cada año, y los compara con los humanos que lo rodean, haciendo saber que los humanos no lo hacen por instinto. El dueño de este sospechoso seudónimo establece las razones por las cuales los humanos emigran, huyen, se van y abandonan todo lo que conocen.

Acabando de resolver el misterio de las siglas del autor, trato de concentrarme en seguir sus ideas. En el mismo país y el mismo colegio, conozco cantidad de casos de emigrantes, por razones políticas, económicas, o cualquier ridiculez que cambie nuestra situación. Sé que muchos nombrarán a los que nos han dejado, pero eso no evitará que yo lo haga. Me disculpo de antemano si se me olvida alguien. Desde que estoy aquí, se han ido Marianne Lau, Raúl García, Francisco Cordero, Francisco Tamargo, Verónica Valdés, Valentina Gyarfas, Carmela Penfold, que tuvo que volver por problemas con su papeleo, Daniela Pacheco, Freddy Genatios, Adriana Castillo, Eva Doñaque, Oriana Hidalgo, Norberto Cáceres, Eugenia Lara, entre otros de los que uno no se entera. Aquí uno no se entera de nada. Las cosas funcionan mal, o no funcionan.

Como verán, con el tiempo se ve el aumento en la cantidad de personas que se van, buscando una mejor solución. No por cobardía; muchos se van para poder asegurarle una vida a quienes no pueden luchar por la suya, por lo menos no todavía. A.M.E. nos dice que cree que lo correcto es luchar, además de que "la ciudad siempre te acompañará", como dice Cavafy. La historia de tu origen estará contigo. Con quejas no se llega a nada, pero uno siempre estará luchando internamente contra lo que amenaza sus orígenes, aunque sea por instinto.

A.M.E. nos hace notar, además, que muchos animales están en la necesidad de emigrar por el paso del hombre a sus ecosistemas. Esto sí lo sabemos con certeza, pero va más allá de nuestras manos. No creo que el fin justifique los medios, por lo que hago lo posible por no interferir y dañar lo que no puedo controlar en busca de beneficios propios. Tiene tan poco sentido que no veo por qué seguimos así hoy en día. No hay necesidad de afectar a otros en busca de la felicidad, o no debería haber. Tal vez el miedo es una razón para irse, además de la necesidad, pero no justifica la destrucción a su paso.

Sí, es difícil ver a alguien irse. Sí, es difícil luchar por lo que nos pertenece. Debemos aprender a manejar nuestra realidad, preparándonos no para la que tenemos, sino para la que queremos. Realmente no sé qué haría si la decisión de emigrar estuviese en mis manos y espero no tener que emigrar, pero, más que nada, espero estar preparada para cuando mi turno llegue.

4.6.11

El Poder de la Palabra

“Leer para vivir” de J. Villoro, “Guillermo Sucre: la libertad y la cordura” de G. Valle y “Sólo tengan relación con lo que aman” de G. Deleuze.

Un libro sí puede salvarle la vida a cualquiera, no sólo en emergencias; un libro puede llegar en el momento menos esperado. Se le podría llamar un 'refugio', o alguna suerte de rincón privado o espacio propio que un libro nos da. No me gusta pensar en la lectura como 'la forma silenciosa y profunda en que una voz se comunica con otra'; me parece algo cósmica esta interpretación, pues yo la veo como una pared blanca en una habitación de colores indefinidos, es lo más concreto y lo más abstracto, es la solución y el centro del problema. Es sorprendente el poder que la palabra ha mantenido hasta hoy, tanto en la literatura como en la oratoria. Por eso tiene la fuerza para rescatarnos. La palabra es lo más importante que tenemos.

Los libros salvan tanto como la poesía alimenta. Ambos tienen su momento correcto, aunque toda literatura sirve a cualquier hora, en cualquier lugar, a cualquiera que esté dispuesto a buscarle un sentido. Algunas veces salva porque su sentido es expresar empatía para con otros, otras veces busca dejar salir un suspiro por mucho tiempo encerrado. Ya sean reveladores, honestos, engañosos, todos tienen una historia que contar.

No sólo se trata de un libro, sino de la lectura, que es de todos. Y se puede leer de muchas maneras; hay que aprender de muchas maneras, como consultando a otros o volviendo a lo ya leído. No trata únicamente sobre entender, si no sobre hacer que quede un impacto, una impresión. No trata de aprender a leer relacionando sonidos con garabatos, si no a verse en el texto, a comprender.

Hoy todos son críticos, pero también todos son escritores. El potencial está ahí, sólo hay que trabajarlo correctamente. ¿Cómo? Depende tanto del trabajador como del trabajo. Es completamente individual, profundizando, o 'hurgando', en uno mismo. Debe ser una crítica interna. La lectura se vuelve un proceso creativo como la escritura, porque una palabra pertenece tanto a quien la dice como a quien la escucha.

Lo que sí hay que saber es manejar, no tanto como conocer, entender y amar la literatura, aunque sea cada uno por su lado, con su propia cordura y su propia libertad, con lo que les hace falta, sus moléculas, porque es triste saber de alguien que nunca encontró o encontrará sus moléculas, su afán. Se pierden el propósito y la emoción de la búsqueda, luego llega la decepción con la amargura. Por esto mismo, no está demás un guía o maestro que muestre el camino -además de que nunca queda restante un nuevo libro-. Y éste tiene que ser un maestro increíblemente calificado, porque la tarea de enseñar literatura no es para cualquiera. Tiene que enseñar el camino a descubrir pasión.

Si no nos queda el afán por la lectura, si queda la indigestión por erudición, sólo queda levantar la mano contra nosotros mismos.

El primer texto habla sobre el poder de salvación en las palabras. El segundo habla sobre encontrar este poder, y el tercero presenta una opinión que establece que sólo se debe perseguir lo amado, es decir, si el poder de la palabra no llama, no debe ser buscado, para decidir y seguir un camino específico y concreto.

Esto es lo que tienen en común los textos, la admiración y el amor a la palabra escrita, al poder de la literatura. Expresan una solución, tanto como una guía, tanto como una forma de vida.

1.6.11

Caput

No sé si han leído la historia de Juul, pero es espantosa. Si no, deberían. Es horrible, dura y deprimente. Basada, supuestamente, en hechos reales, suena parecido a lo que todos sufrimos cuando niños, pero llevado al extremo. Esto es el rechazo, rechazo por cualquiera de nuestras características. Sí, a todos les pasa. Sin embargo, nunca había sabido de alguien que lo llevara tan lejos. Sí, hay gente a quien le afecta, hay gente a quien no. Hay gente que aprende a sobrellevarlo, al igual que hay algunos que se dejan llevar. Juul es uno de ellos. Con el tiempo, los adultos y la sociedad nos enseñan a evitarlo, soportarlo, dejarlo pasar.

Juul no supo manejar la situación. Se dejó intimidar por un grupo de acosadores. Hacía lo necesario, o al menos lo que creía necesario, para ser aceptado, pero sólo logró darles a los otros niños más oportunidad de molestarlo y hacerle daño, haciéndose daño a sí mismo. Nos ha tocado ser aquél que busca ser aceptado y nos ha tocado, ya sea voluntaria o involuntariamente, ser los monstruos que abusan de niños débiles, la escoria de la sociedad que sólo se mantiene a flote a costa de los sacrificios de los inferiores.

Juul quedó calvo, sordo, ciego, mudo, manco, cojo, discapacitado, inútil. Los otros lograron su propósito, que era molestarlo, sin importar el daño causado. Toda la vida nos dicen que no escuchemos a los otros, a menos que sus críticas sean constructivas, pero hay algunos que no lo consiguen. Juul se volvió un rompecabezas cuyas piezas no encajaban. No hay más que decir.

30.5.11

Mi primer libro

Es complicado llevar mi mente a esos recuerdos inducidos, pero, ahora que lo pienso, sí sé cuál fue el primer libro que consideré mío. Durante esa etapa conocida como “infancia” nos leían los cuentos que una y otra vez les decíamos que ya habíamos escuchado, pero éste nunca nos molestó. No fue mi primer libro, pero es el que mejor recuerdo. Por cierto, no digo que fue mío, porque estoy segura de que nunca tuvo un solo dueño entre nuestras manos. De hecho, estoy segura de que, en caso de que nos preguntaran, todos diríamos que es nuestro favorito por sobre todos los de aquellos tiempos.

Este libro nos ha llevado a través de bastantes episodios severos durante años. Estuvo ahí cuando ocurrieron las confesiones sobre Santa y el Ratón Pérez. Estuvo ahí cuando estuvimos aburridos o melancólicos. Incluso estuvo ahí cada vez que hablábamos de caza y osos sin razón aparente. A pesar de no recordar la mitad de esos años, nuestro libro todavía está aquí, esperando, por si alguien quiere volver en el tiempo.

Fue tan grande su efecto en nosotros que todavía hoy recordamos la mayoría de sus versos y los recitamos de vez en cuando. “Vamos a cazar un oso, un oso grande y peligroso. ¿Quién le tiene miedo al oso? ¡Nadie! ¡Aquí no hay ningún miedoso!”

25.5.11

Piedra de Mar, por Francisco Massiani

“Sufrir sin reposo”, decía el amigo Flautín. Flautín el aburrido, hablaba de escribir. Realmente, escribir es sufrir sin reposo, pero tiene sus méritos y sus recompensas. El narrador de nuestra historia, sin nombre, apodado Carecorcho, está escribiendo una novela. Se le hace bastante difícil dado que en su vida no pasa nada. Dejó los estudios, está enamorado, fuma, se cae a palos de ron y jode a sus amigos. Empezó a escribir una novela por hacer algo. Así mismo. Por decirle a Carolina que hacía algo. En pocas palabras, es un desastre el tipo. Se salió de la universidad que si por falta de interés o algo parecido. Persigue a una que no lo quiere, ni lo sabe todavía porque Corcho no le ha dicho. Cuando trata, le da la maldita tembladera y llega a un extremo su timidez y su humillación que se quiere morir. Le pasa muy seguido en este fin de semana que nos cuenta, a veces escribiendo al mismo tiempo que pasan las cosas. Cuando se queda sin ideas o sus ideas se quedan sin él, llama a sus amigos para preguntar qué hacen. Algunos le dicen que deje el fastidio, otros le cuentan alguna tontería. Total que termina escribiendo diálogos entre casi-hombres, casi-adolescentes en su lenguaje juvenil, que es como relata toda la historia.

Todo esto ocurre en la Caracas de los 60 y una que otra partecita en la playa, en una ciudad llena de gente sin sabor. Sin una estructura concretamente definida, Corcho relata de forma relativamente rápida y directa lo que le hizo cambiar de opinión sobre Carolina. Carolina es la que quiere, pero no se lo ha podido decir. Marcos siempre se mete. Marcos, el que se parece a un mono, que piensa que todas gustan de él. Marcos es el enano, que también está detrás de Carolina. Ella parece no saberlo, ni le da importancia, pero los dos se pelean y se reconcilian y se odian y van a fiestas y se echan varilla el uno al otro para anotar puntos con las mujeres. José, el oyente principal de la historia, es un experto en esto. Se las sabe todas, pero cuando trata de transmitirle sus conocimientos a Corcho, no funciona. Corcho no sirve para esto. Al menos lo intenta, como con la anfitriona de la fiesta arruinada, Sonia la de la esquina lluviosa, Kika y Jania. Jania fue su primera, lo que la hace especial, aunque no se sabe si es o no es verdad. Si el autor nos pide permiso para mentir sobre una mujer, ¿cómo sabemos que el resto es real? En fin, Jania y Corcho pierden la chispa, ella se casó joven y se acabó lo que se daba. Kika sí lo esperó. Kika lo rescató cuando caía en un abismo por lo de Carolina, que se burló de él hasta no saber por qué. Kika es dulce, maravillosa y le da algo de frescura al relato. El resto de los amigos de Corcho son otro cuento. José, que por más que se dé mujeriego, no se separa de Julia, que lo conoce bien. Lagartija es igualito a Corcho, dejó los estudios y está loco de amor y de hormonas, pero él sí tiene a alguien. Tiene a dos, de hecho, su mujer y su novia, Betty y Nancy. Todos estos personajes, más que formar parte del relato principal, encabezan los otros rollos que Corcho explica en su cuento.

Están los problemas entre José y Julia, los problemas con Marcos, los problemas en la calle, los problemas con el revólver. A pesar de esto, el tema central sigue siendo Corcho. Que si no sabe qué hacer con su vida, que si no sabe a dónde ir, con quién. A veces piensa que interrogando a los demás encontrará sus respuestas, por lo que se ve siempre en los zapatos de otros, aunque sea una niñita comiendo helado. Esto logra que el hombre se desvíe un poco del tema principal, pero lo ve desde más puntos de vista, lo entiende mejor.

Al final lo que se entiende es que el hombre ha perdido la dirección, las ganas, pero logra ponerse de pie cuando recibe apoyo. La historia termina en el mismo lugar donde empezó, pero totalmente distinta. Otra gente, otras ideas, incluso la piedra de mar había cambiado. De esto se dio cuenta en el momento crucial de la historia, cuando irrumpe en el cuarto de Carolina y huye sin resultados y sin zapato. Probablemente fue ahí cuando entendió que era hora de salir de eso, se había acabado sin haber empezado. Antes, la piedra decidía el destino de Corcho, su prosperidad o su desgracia. Ahora, la piedra era un símbolo de lo que venía, lo que estaba por verse. Era una piedra nueva y pronto sería un hombre nuevo. Palabra.

23.5.11

¿Cómo?¿Que tengo que seguir publicando?

Un día en mi salón, ¿por qué no?

Todos estábamos hartos de ella. Ni siquiera había pasado tanto tiempo desde que la habíamos conocido, pero su personalidad era simplemente irritante. Las sorpresivas subidas y bajadas en su carácter nos avisaron desde el principio que debíamos estar alerta en todo momento. Con su pie herido, su bastón, su vestimenta poco atractiva, sus alter-egos y su alarmante voz, Liliane Machuca cambió la visión que teníamos del 7mo grado.

Era diferente. No podemos decir que era mala, porque sabíamos que había sufrido algún tipo de trastorno. Sabíamos que era viuda. Eso era suficiente. Ninguno de nosotros recuerda haber aprendido mucho en sus clases, excepto los nombres y los colores de las ropas de los enanos que visitaban la casa del Hobbit, o que si lees Kafka a los 13 años, no lo entenderás por completo.

Este día fue, increíblemente, fuera de lo común. No tenía una clase preparada, así que empezó una discusión sobre cómo los colonizadores españoles habían dejado caer por la borda la ‘z’ en su camino a lo que hoy es Latinoamérica. Pocos aportaron algo al debate, pero ella decidió hacer lo debido en caso de una pérdida de tal magnitud. Organizamos un funeral para la letra Z. Unos debían escribir un panegírico, otros debían recrear el cuerpo. Yo ayudé a construir un ataúd.

Luego de que estuvimos listos, ella acomodó su maquillaje de manera que estuviera acorde a la ocasión. Hicimos una marcha fúnebre desde la puerta de nuestro salón hasta cruzar todo el nivel de bachillerato. Bajamos las escaleras y nos dirigimos al parque de grama. Luego de realizar propiamente la misa, mandó a los varones a cavar un pequeño hueco donde meteríamos el ataúd. No sé si fue porque tardaron mucho tiempo o porque ninguno de ellos quiso ensuciarse las manos, pero rápidamente decidió que no lo enterraríamos. Lo enviamos a través del canal de drenaje que estaba en el parque; levantaron la alcantarilla y ahí se fue.

Pasaron unos minutos de silencio. Fueron rotos cuando un varón dio la idea de utilizar el tiempo restante de la clase haciendo algo productivo. Todos nos preguntamos qué podría ser. Fútbol, ¿qué otra cosa? Napoleón, su personalidad compasiva, salió a flote en el rostro de Liliane, y nos dejó el resto de la clase libre.

11.5.11

AYER

De acuerdo, empiezo, a ver qué logro recordar. Me levanté tarde, relativamente, porque sabía que no debía ir a trabajar. Había hablado con Papá la noche anterior y, por más sentido que tuviera su argumento de “mi negocio es tu futuro, tu responsabilidad, ven a ayudarme”, expuesto más brutalmente que de costumbre, no planeaba hacer de cajera por ocho horas hasta entrada la noche- tenía clase al día siguiente. No era por no tener mis cosas listas o por querer descansar, lo que ahora me es imposible, si no porque era mi último día de vacaciones y debía ser mío. Técnicamente, el último día de mis vacaciones fue dos días antes, pero eso no era razón para que este día no fuera mío.

Cuando estaba ya medio despierta, tuve uno de mis sueños recurrentes: levanté mi iPod, vi la hora y sentí que había perdido todo el día. Usualmente tardo sólo unos segundos en recordar que esa hora no es real. Ayer me tomó más tiempo. En fin, antes de las nueve estaba en el sofá, echada, viendo televisión, mirando sin ver, junto a otros dos muertos vivientes. No pude mover ni un músculo por casi dos horas, si no para cambiar de canal. No había desayuno aún y no tenía ganas de improvisar, así que me quedé quieta. Perdí dos horas de mi vida; me arrepentí todo el día por no haber visto las comiquitas porque era mi última oportunidad, mi último día.

Toda la mañana esperé la llamada que me reclutaría al trabajo, y llegó, pero no para mí. Por ello, aproveché el día para hacer todo lo que no había hecho. No leer la pila de libros que estaba al lado de mi cama, si no ordenar, limpiar y preparar mis cosas. Tardé casi una hora, pero fueron los segundos mientras detenía el sangramiento de mi dedo en carne viva, sin saber qué le había sucedido, los que no me dejaron llegar a tiempo a la misa reglamentaria. Cuando terminé de vestirme, mientras me apuraban y gritaban, noté que se habían ido sin mí. Luego de eso fue que noté que tenía bastante tiempo para ir y alcanzarlos, pero no lo hice. De todas formas no quería ir. No hubo problema; terminé lo que estaba haciendo y ayudé a buscar el número telefónico para pedir el almuerzo improvisado antes de que volvieran.

Logré planear mi tarde. En lugar de perder el tiempo, iría al centro comercial más cercano en busca de ropa formal para mi pseudo-confirmación que se aproximaba y también aprovecharía el viaje para comprar el regalo de Mamá. Iríamos todos, pero hubo complicaciones. Al final, las más pendejas salimos a la aventura y, por si fuera poco, a pie. No nos permitieron tomar la ruta cercana, corta y fácil. ¿Por qué? Porque todo era inseguro y solitario. El plan era ir a un centro comercial en el que tomaríamos el autobús al otro. Mientras el autobús que nos llevaría al primero no llegaba, decidimos empezar a caminar. Casi habíamos llegado cuando paramos en una esquina confusa sin saber a qué lado cruzar. Justo en ese momento, un autobús nos alcanzó. Nos subimos y en un minuto habíamos llegado. Por ende, perdimos tiempo y dinero en el trayecto, pero logramos llegar.

Fue una odisea para encontrar el regalo perfecto. Teníamos algunas opciones establecidas, pero ninguna tanto como la más necesaria, casi imprescindible. Compraríamos una licuadora. A pesar de esto, no sabíamos cuál. La situación empeoró cuando la ayudante no hizo más que mostrarnos las cajas que estaban muy arriba y ofrecernos un descuento por una que había sido saqueada. Eso pareció cambiar totalmente la perspectiva del asunto. Resultó extremadamente incómodo, en especial cuando la vimos de nuevo en la farmacia un rato después, pero sobrevivimos. Luego de decidir más por los precios que por la diferencia de calidad entre el vidrio y el plástico, nos llevamos una licuadora nueva, felicitando por el día del trabajador a todos en el camino.

Para no sobrepasar el presupuesto, decidimos posponer los demás regalos y buscar lo que nos habían pedido que buscáramos. No lo encontramos, así que improvisamos.

Llevando una caja de tamaño anormal, visitamos todos los rincones posibles, pero era hora de irnos. Caminamos hasta la parada, afortunadamente establecida junto a una patrulla de policía. Pasó un buen rato y sólo vimos una posibilidad que nos ignoró, dio la vuelta y siguió en dirección contraria. Nos dio tiempo de entablar una conversación con una mujer poco enigmática que tampoco sabía sobre la situación de los autobuses. Asumimos que se debía a que el día era feriado. Debatimos sobe si debíamos aclarar nuestras dudas con los patrulleros, además de decidir que serían nuestra única opción segura para volver si la noche llegaba antes que nuestro transporte. Intentamos pensar en otras soluciones. Subimos la calle hasta la esquina para esperar, hasta que llegó nuestra escapatoria.

Finalmente habíamos regresado y todavía no era tarde. Esperamos a que nos avisaran cuándo Mamá estuviera ocupada o distraída para que no viera nuestro botín, pero tardamos mucho. Al subir las escaleras, cerré detrás de mí la puerta principal, dejando del otro lado la caja, mientras la llevaban a la cocina, mostrándole la ropa que le compramos. Logré rescatar ruidosa y torpemente la caja para esconderla en mi cuarto. La forré con periódico unas horas después, por haber estado esperando colaboración prometida para mi proyecto manual, que terminé por hacer sola, ensuciando mis manos y piernas tanto como mis sábanas.

Mamá se fue a dormir, dejé todo listo para volver a clases, me quejé con todos por eso y por la falta de ayuda, calculamos precios, pagué mis deudas, tomé la caja y la puse en la cocina, donde estaba nuestra licuadora vieja antes de volverse obsoleta. Me dirigí a mi cuarto, realizada, casi completa, recordándome más nunca salir durante el día del trabajador, pensando en lo poco que dormiría, lo que habíamos logrado con este nuevo regalo y qué nombre debíamos ponerle. Penélope quedaría bien.

वेल्कोम.

Seguimos en construcción. Bien, hablamos del aguacate maduro mientras decidimos qué poner, por no decir otra cosa. Debo explicar por qué hice un blog. También me dijeron que debía introducir a mis lectores a mis ideas, a lo que mostraré, y que debo explicar la inusual imagen de fondo de mi blog. Sería más fácil cambiarla, pero no. Sería más fácil dejar esto así, para poder ir a estudiar para el examen de historia que acechará mis pesadillas durante los próximos 20 minutos, pero no. A todos les dijeron que hablaran sobre algo interesante; yo tengo que explicar por qué coño puse un alambrado. Pienso; honestamente, lo puse porque reduje mis opciones a una decena, y decidí alternarlas de vez en cuando. Podría decir que siento que debo poner un escudo al exterior para avisar que los forasteros deberían tener cuidado al asomarse a mi mente, pero no. El escudo cayó cuando el blog se levantó.

Es un blog de literatura; una tarea, una idea en proceso. Mi trabajo es convertirlo en algo más. En eso estoy, y espero su colaboración. En otras palabras, tengo un blog para publicar textos de la clase, y para hacerle publicidad a nuestro blog común, nuestra matriz, Humanicomio. Es el nombre dado a un conjunto de mentes que tratan de mantenerse a flote en un salón lleno de adolescentes. Es igual de difícil para todos nosotros, pero lo hacemos bien.

¿Algo más? No. Listo, entonces.